
Si ya entendemos que los elefantes festejan los nacimientos y les duele la pérdida de un familiar, que una mosca puede vivir apenas dos horas y los hipopótamos pueden llegar a sudar sangre “lo sé porque los he visto”; si compartimos la idea de que el hombre fue creado con maíz y que fueron el gato de monte, el coyote, la cotorra y el cuervo los que llevaron a los dioses tal materia; si tenemos que lanzarnos al vacío masticando una verdad anterior a la nuestra: “los tzitzimime son una especie de fauna fantástica que está considerada demonios celestiales”, mientras relacionamos al jaguar con el dios del cambio; si un cocodrilo tiene su cocodrila y una hormiga levanta cincuenta veces su peso “y el silencio es una hormiga que no pesa”, entonces estamos en Bestimenta.
No toca atrincherarse con un látigo y una silla de madera. Bestimenta es eso, es el autor y sus animales, entre ellos una sombra, que te advierten del peligro de disimular que se está solo y tranquilo en este lado de la verja.